21 de octubre de 2009

Texto encontrado junto a otros textos

Hay tres actividades que hago con regularidad y constancia: suelo comprar boletos de lotería (por una compulsión del tipo "si no juegas no hay posibilidades de ganar"); suelo dar dinero a quienes me dan un servicio aunque no quiera ni les pida que me sirvan (por una superstición según la cual si no actúo generosamente algo le puede pasar a algún ser querido); y suelo escribir un resumen de mi historia cada mes para cotejarlo con los anteriores y corroborar que mis recuerdos coinciden y que no me he vuelto loco.

Todo empezó una tarde de un miércoles en que regresaba a mi departamento de eterno soltero en el D.F. me detuve en el semáforo donde Revolución cruza Benjamín Franklin y en un descuido me cayó encima un limpiador de parabrisas. Yo no tenía cambio, pero por mi ya mencionada superstición no podía irme sin darle algo al ceniciento muchacho, que tendría unos 14 años. Me entró pánico de que el semáforo se pusiera en verde y yo tuviera que arrancar sin haberle dado ni un centavo, así que metí la mano al bolsillo y saqué mi cartera. Sólo había dos billetes de quinientos. Se puso el verde y me decidí: ante la mirada atónita e incrédula del joven le puse en la mano uno de los billetes y arranqué. Llegué a casa con una triple sensación: a) me sentía ridículo por temer así a una superstición, pero mejor eso a que algo malo le pasara a algún conocido mío, b) me dolía haberle dado a un desconocido tanto dinero, y c) me consolaba imaginando al chico saltando de alegría y yéndose a emborrachar con su banda de niños de la calle.

Esa noche gané 1500 pesos en la lotería. No fue el premio mayor, pero fue mucho más que el esporádico reintegro. Al día siguiente fui a cobrar lo ganado y se me ocurrió La idea.

Al siguiente miércoles le di a un niño que boleó mis zapatos quinientos pesos y a un cuidador coches en un estacionamiento le di otros quinientos. Si el experimento fallaba sólo habría perdido mil pesos. Pero en la noche durante la extracción de los números ganadores, y luego confirmándolo por internet, vi que había ganado tres mil pesos. El miércoles siguiente repartí dos mil pesos entre variadas personas humildes, y en el sorteo de la noche gané seis mil en la lotería. La cosa siguió así sin mayores problemas por un buen rato, yo repartía durante los miércoles el 66% de lo ganado la semana anterior y en el sorteo nocturno ganaba inexorablemente tres veces exactas la suma repartida por la tarde, hasta que los de la lotería empezaron a ponerse recelosos por la frecuencia y los montos, y tuve que contratar a mensajeros de confianza para ir a recoger el dinero.

Pasaron un par de años y acumulé una fortuna. El truco no funcionaba si repartía el dinero entre familiares o amigos, o si lo repartía otro día de la semana distinto del miércoles, o si pedía que otras personas lo repartieran por mí; por lo que en México de cualquier modo mis ganancias nunca fueron mayores a unos seis millones de pesos semanales. En E.U. me asustó que fueran a verme de parte del FBI y en Inglaterra tuve que pagar tantos impuestos que práctiamente no fue negocio, además de que en esos países no había tantos pobres ofreciéndose para dar servicios, por lo que preferí regresar a México. En el Distrito Federal, ciudad más propicia en todo el país para mi actividad, me he visto obligado a cambiar todo el tiempo de area de reparto porque si no las personas de los semáforos se me van encima como moscas en cuanto me reconocen y mi paranoia me hace sentir que corro peligro.

Ahora tengo la impresión (quizás supersticiosa) que si dejo de hacer mi labor filantrópica no sólo dejaré de ganar en la lotería, lo cual a estas alturas ya no me preocupa mucho, sino que además perderé todo lo que he ganado hasta hoy. Así, me veo obligado a salir desde las cero horas del miércoles hasta las 23:59, a repartir dinero a cuanto pobre se me aparezca y ya hace rato que no me doy abasto. A veces creo que no ha habido un estallido social en México solamente porque yo estoy por ahí repartiéndole dinero a los pobres, creo que nadie puede decir tan sinceramente como yo que "primero los pobres". Mañana (o más bien al rato) iré a repartir efectivo a Tepito.

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