31 de octubre de 2009

Finalmente nació Loana

Una noche antes, por buscar cambiar de planes y que yo pudiera estar presente en el parto fuimos a un hospitalucho de satélite con un médico malvado y abusivo que tocó de forma brusca y desconsiderada a Diana y a la bebé. Se mostró alarmado por un síntoma, nos instó a quedarnos ya en ese momento en su hospital, como dudamos nos mandó a hacer nuevos análisis de inmediato, mi amada se sometió a ellos al instante y cuando regresamos con el ginecólogo, una especie de Gregorio Casa tercermundista, nos anunció con gravedad su ultimatum: teníamos de ahí a cinco días para sacar a la bebé so amenaza de asfixia. La forma de pago: cash por adelantado; garantías: ninguna, y por supuesto que si alguna de "mis pacientes" se enfermaba de gravedad habría que trasladarla al seguro social (traslado no incluido en el paquete, of course).

Por el alarmismo-sensacionalismo-amarillismo-notarojismo del doktorcasatercermundista, mi musa y yo decidimos que ella tendría que ir a urgencias del seguro social a la mañana siguiente, 29 de octubre, y así lo hizo: su hermana la llevó mientras yo estaba en el trabajo. Más o menos a las doce supe que ya la habían aceptado e internado. Avisé en la chamba y me dejaron salir una hora antes de mi horario de salida, hice una escala técnica en casa para recoger los artículos personales de mi compañera y me fui al hospital en taxi.

Al cuarto para las cinco salió una trabajadora social a poner "el informe de las cuatro" en un pizarrón de corcho de la sala de espera. El nombre de mi musa estaba entre el de otras doce parturientas, decía primero "en sala de labor", y luego "en observación". El siguiente era el "informe de las ocho" de la noche, y había que esperarlo a eso del cuarto para las nueve. Pero a las ocho en punto salió una enfermera angelical y nombró a mi amada, como resorte llegué a su lado y mientras mi familia política se rodeaba junto conmigo a portadora de la buena nueva, esta me mostró una hoja con la huella azul de un piecito hermoso. Niña, dos kilos ochocientos cincuenta gramos, sana, y estable.

Mi compañera le había pedido a la enfermera que se asegurara de que yo recibiera esa información. Le pedí a mi vez que le dijera que... "Mejor escríbale una carta y se la llevo", me dijo. Tomé una pluma, un papel, y mientras escribía mi rostro se llenaba de lágrimas, mi nariz de mocos, y con mis ojos nublados y escurriendo por todas partes le mandé un mensaje de amor, de cariño, de compañerismo, de felicitación, y de ganas de estar ahí con ella.

Luego, de su familia (mi familia política y algo más que eso) me abrazaron para felicitarme todas sus hermanas, su mamá, su sobrina, llegaron mis papás y me abrazaron, y aunque trataba de aguantarme el llanto, de a ratos no podía más que dejar fluir mi rostro, mis sentimientos hechos agua y moco, en impulsos confusos entre culpa-emoción-sorpresa-admiración-alegría-alivio-asombro-amor-agradecimiento-y-ternura, explosiones internas, catarsis, abrumador chapuzón en el porvenir y revalorización de muchas ideas y actitudes recientes y remotas.

Todos mis amigos me llamaron al celular, les colgué a todos porque no podía contarme ni a mí mismo ese momento sin volver instantáneamente a un dulce llanto que aún ahora me nubla la mirada repentinamente. Se torció mi mundo y en un segundo percibí mucho de mí que no me gusta y quiero cambiar. Quiero escribirle más a mi dama, quiero escribirle también a mi hija, quiero decirles cuánto las quiero con actos de amor y cómo las quiero con palabras de amor (¿arjonismo?).

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