5 de abril de 2010

Turisteando por la ciudad

El jueves santo fuimos al turibús que sale en frente del Auditorio Nacional. Íbamos en bola, la familia de mi musa, mi musa, mi musita, y yo. Llegamos al cuarto para la una y nos formamos en una fila kilométrica para enterarnos después de 20 minutos bajo el rayo del sol (durante los cuales Loana permaneció a la protectora sombra de una sombrilla, recibiendo la brisa que afortunadamente soplaba en ese momento) que ya no había boletos para el de las trecetreinta y que teníamos que comprar lugares para salir a las catorce. Los asientos costaron 145 pesos cada uno, lo que se me hizo un abuso porque no incluían servicios a bordo.

Como faltaba aprox una hora para irnos fuimos al centro cultural del bosque, atrás del auditorio, a sentarnos en unas bancas con sombra, pero a una de las familiares le dieron ansias porque pensó que también habría fila para subir y regresamos rápidamente a hacer presencia debajo del cálido chorro luminoso que nos dejó a todos bañados y olorosos (además acabé con el rostro, el cuello y los antebrazos acamaronados, de tanta luz refrescante que recibí). Llegó el vehículo, nos subimos, nos entregaron unos audífonos para oir la descripción de los lugares donde pasaríamos, en seis idiomas (bueno, había seis opciones a elegir, no que lo narraran simultáneamente en seis lenguas en la misma pista de audio). Apenas entramos al turibús Loana fue víctima de un súbito ataque de somnolencia que la dejó fuera de combate y no le permitió disfrutar de la hermosísima ciudad de los palacios.

El tour duró dos horas, Auditorio, Reforma, la Condesa, la Roma, Reforma, la Alameda, Bellas Artes, Reforma, Chapultepec, Periferico, Reforma y Auditorio. Mis audífonos dejaron de funcionar a mitad de la Condesa, me di cuenta porque los de mi musa seguían dándole datos indispensables para ganar un juego de Maratón, y ella me hacía comentarios al respecto que yo apenas podía entender. Me pasó uno de sus auriculares y al poco rato también dejó de funcionar, con lo que entendí que el del problema era yo y mejor disfruté del viaje sin mayores descripciones. Al bajar vi pintada en el rostro de todos una mueca de aburrimiento que contradecía las afirmaciones de que el paseo había estado buenísimo y/o muy interesante. Yo me reservé el derecho a opinar, pero mi opinión se resume en el siguiente enunciado: no vuelvo a subirme a una desas madres ni de a gratis.

No hay comentarios.: