El resultado de dichos puntos es que el pie invisible opera a la par con la mano invisible. El grado de ineficiencia distributiva debido a las externalidades es significativo. La esperanza de correcciones "Pigouvianas" es una fantasía psicotrópica. Los precios relativos divergen aún más ampliamente de las mediciones acertadas de los costos y beneficios sociales totales cuando los consumidores ajustan sus preferencias endógenas para beneficiarse individualmente de las tendencias inevitables del mercado. En suma, los tratos convenientes con beneficios mutuos para comprador y vendedor no deberían confundirse con la eficiencia económica. Cuando algunos tipos de preferencia son consistentemente sub-representados por causa de los costos de las transacciones y hay problemas de "vividores" (en donde algunos obtienen beneficios de los bienes públicos sin pagar por ellos), cuando agunos recursos son consistentemente sobre-explotados porque son comunes en vez de propiedad privada, cuando los consumidores ajustan sus preferencias a los sesgos del sistema de precios, y cuando los lucros o excedentes vienen tanto por un mayor poder como por mayores contribuciones, la teoría predice que los intercambios de libre mercado resultarán en una mala distribución de recursos. Y cuando los mercados no son perfectos (condición que siempre se cumple), y no logran alcanzar un equilibrio instantáneamente (lo cual siempre pasa), los resultados son aún peores.
Mientras que los mercados son hoy en día ampliamente alabados, tal vez antes de seguir adelante deberíamos señalar que no somos los únicos detractores del mercado. Consideremos las observaciones del economista de E.U. ganador del premio Nobel Robert Solow de que:
Pocos mercados pueden haber sido alguna vez tan competitivos como aquellos que florecieron en Inglaterra en la primer mitad del siglo XIX, cuando infantes fueron deformados mientras trabajaban duramente hacia sus tempranas muertes en las minas y fábricas del Black Country. Y no faltan ejemplos hoy en día para confirmar también el hecho de que los mercados funcionales no tienen tendencias innatas a promover la excelencia de ningún tipo. No ofrecen resistencia a fuerzas que llevan hacia un descenso a la barbarie cultural y la depravación moral.O la observación del economista de E.U. ganador del premio Nobel James Tobin de que:
El único resultado seguro [de la Reaganomía de libre mercado] ... es la redistribución de los ingresos, la riqueza, y el poder, del gobierno a las empresas privadas, de los trabajadores a los capitalistas, y de los pobres a los ricos.O la observación del novelista estadunidense Edward Bellamy (1850-1898) de que:
De acuerdo a nuestras ideas, comprar y vender es esencialmente anti-social en todas sus tendencias. Es una educación en el egoísmo a expensas de los otros, y ninguna sociedad cuyos ciudadanos sean entrenados en tal escuela puede elevarse por encima de un muy bajo grado de civilización.O el reciente comentario del archi-mercadólogo economista estadunidense ganador del Nobel Milton Friedman de que:
El mayor problema que enfrenta nuestro país es la separación en dos clases, aquellos que tienen y aquellos que no tienen. Las crecientes diferencias en ingresos entre aquellos calificados y los menos calificados, entre los educados y los no educados, representa un peligro muy real. Si esa grieta sigue ensanchándose, vamos a estar en terribles problemas. La idea de tener a una clase de personas que nunca se comunica con sus vecinos --aquellos mismos vecinos que asumen la responsabilidad de proveer a sus necesidades básicas-- es extremadamente desagradable y desalentadora. Y no puede durar. Tendremos una guerra civil. En verdad no podemos permanecer como una sociedad democrática y abierta, si estamos divididos en dos clases. A la largta, ese es el mayor y único peligro.Un resumen de nuestros descubrimientos respecto a las ineficiencias del mercado es que las propiedades distributivas, de incentivos, y cibernéticas de los mercados tienen una penetrante inclinación en contra de descubrir, expresar, y desarrollar necesidades que requieran actividades sociales en lugar de individuales para lograr satisfacciones. Los mercados no proveen información concreta acerca de cómo las decisiones de las personas afectan los prospectos de vida de otros y viceversa. Ni siquiera proveen resúmenes certeros de los beneficios y costos sociales asociados con lo que las personas deciden hacer puesto que los mercados estiman erradamente las externalidades --y las externalidades son la regla y no la excepción. Las distribuciones reales hechas por medio del mercado sub-abastecen bienes y actividades sociales, y sobre-abastecen bienes y actividades individuales. Los mercados establecen incentivos para que los individuos se alejen de las necesidades que requieren comunicación coordinada socialmente y acentúan necesidades que pueden ser alcanzadas individualmente. Es más, los mercados recompensan la conducta competitiva y penalizan la conducta cooperativa.
En suma, los mercados no sólo erosionan la solidaridad, sino que también cobran mal sistemáticamente a los compradores lo que hace que con el tiempo las preferencias individualmente racionales que desarrollan las personas se combinen con los sesgos inherentes a la distribución de mercado para dar resultados cada vez más alejados de aquellos que hubieran maximizado las satisfacciones humanas. Y encima de todo, los mercados generan enormes desigualdades económicas, influencias en las tomas de decisiones severamente distorcionadas, y división y mando de clases. Al final, los temores de los críticos "utopistas" que denuncian los efectos enajentantes socialmente de los mercados se demuestran más certeros que las promesas de los llamados economistas "científicos" acerca de que los mercados son instituciones de distribución ideales. Respecto a los mercados, el abolicionismo nos parece una actitud apropiada.
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