El quinto día nos regresamos al D.F., queríamos ir otra vez a desayunar a Antojitos Lolita pero era día de reyes, festejo importantísimo en Veracruz así que estaba cerrado. Entonces volvimos al hotel a desayunar, recogimos nuestras cosas, hicimos el checkout, milagrosamente todo cupo en la cajuela y antes de despedirnos del puerto fuimos a buscar a una pastelera que según cuenta la leyenda hace un panqué de elote magnífico. Dimos con su casa pero nos explicó que los hace bajo pedido y no tenía ninguno que ofrecernos en ese momento.
Salimos de Veracruz y después de un par de horas de camino nos detuvimos para visitar la hacienda del lencero, que era la casa de campo de Santa Ana cuando gobernaba México. Es un caserón impresionante, con todas las comodidades que podía ofrecer su tiempo, que bien vistas no eran pocas. Seguro, la higiene no era considerada tan importante como ahora, pero fuera de esos pocos detalles (siempre y cuando fueras el dueño, o alguno de sus invitados) no estaba nada mal. Las fiestas que habrán hecho en ese lugar, con un clima permanentemente cálido e interiores frescos, un piano y otros instrumentos musicales en cada ala, un lago privado, salones elegantes y habitaciones para todos. Un lugar que mantenerlo operando hoy en día sería accesible solamente a millonarios como Slim. Algunas cosas nunca cambian.
De ahí viajamos otra vez a Perote, nuestra primer escala en el viaje de ida, compramos quesos provolone y algunas otras viandas, comimos unas tortas, y luego non-stop hasta México D.F. En casa de los papás de D estaba ya la famiglia casi completa y se partió la rosca. Llegamos tarde al departamento, acomodamos todo y nos dormimos todavía sentidos.
Al día siguiente (sexto después del inicio del viaje, séptimo de mis vacaiones) nos levantamos tardísimo, como a las cinco de la tarde, platicamos ya con más calma y nos fuimos perdonando.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario