El lunes 1 desapareció trágicamente y sin dejar rastros el vuelo de Air France, el martes por la noche yo salía hacia La Paz, BCS, en un micro jet que creo era de la misma marca (aunque tal vez no del mismo modelo) de aquel en que viajaba J.C. Mouriño cuando "una turbulencia" lo derribó y obligó F.C. a designar a un nuevo Secretario de Gobernación. Por supuesto que estaba angustiado, sensación que combatí con cierto grado de éxito tratando de perder la conciencia y dormir durante el vuelo. En mis breves momentos de vigilia estuve pensando en los riesgos que representa volar: ponerse en manos de una persona que pilota el avión, además en las de muchas otras que le dan mantenimiento, de ciertos objetivos comerciales con sus lógicas prioridades, así como de factores climáticos y ambientales que podrían causar problemas durante el trayecto. Luego estuve recordando mis clases de física, así como lo aprendido mientras trabajé en AeroMéxico y me pareció muy improbable la teoría de que al vuelo francés lo partiera un rayo. ¿Y si en busca de una tragedia, para subir su popularidad (o las posibilidades de privatizar por completo Air France), lo hubieran derribado? Imposible saberlo. Para mi fortuna la mano suave y firme de una comandanta llevó al avión a buen destino.
Más tarde, ya en el hotel, pensé que el objetivo del viaje había sido evitar malos aspectos astrales que pusieran en riesgo mi vida, o que me la dificultaran sobremanera. Entonces volví a la modalidad apocalíptica: "¿Y qué tal si al salir del defe me salvo de un atentado nuclear que destruya a la ciudad?", me pregunté; "¿Podría decirme afortunado si perdiera a todos mis seres queridos de un trancazo?" Desde el punto de vista tan sólo de mi vida biológica tal vez sí, pero no soy solamente un organismo. Desde la perspectiva social y emocional, supongo que consideraría más afortunado desaparecer junto con todos aquellos a quienes amo. Por otra parte, ¿qué pasaría si al emprender la travesía muriera solamente yo?, sería irónico, es verdad, y sería una lástima que yo no pudiera ya apreciar esa ironía.
De regreso, al subir a la aeronave, vi por la ventana de la cabina a la misma capitana que me había transportado con bien desde la ciudad de México el día anterior. Me sentí más tranquilo porque ya había experimentado su dominio del aparato volador, pero como el vuelo salió mucho más temprano, no me dormí, en vez de eso me puse a leer, y en algún momento sentí turbulencias y con ellas la necesidad de cocowashearme otra vez, y pensé en la película de las alas del deseo, donde aparecen unos ángeles detrás de los lectores escuchando sus pensamientos. Imaginé que mi lectura era tan interesante y profunda que los enviados divinos impedirían que algo le pasara a ese vuelo donde se reproducía el delicioso estudio de Umberto Eco. Al aterrizar la única sobrecargo agradeció a nombre de la aerolínea, de Sky Team, de la comandante Arely Bailleres (no sé siquiera si se escriba así), de su copiloto, y el resto de la tripulación (o sea ella --agradeciente sobrecargo misma). Quedé tan agradecido con el hecho de haber llegado sano y salvo, a una ciudad intacta sin atentado nuclear, que decidí recordar el nombre de la capitana y hablar positivamente della en algún post.
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