Atemorizado por su albahaca que empezaba a infectarse de piojos, el humano la miró fija y preocupadamente. Sabida la torpeza de sus extremidades (con las que de haberlas usado para aplastar a los bichos le hubiera arrancado la mitad de las hojas a la frágil planta sin asegurarse de cualquier modo de acabar con ellos), imaginaba métodos con los cuales deshacerse de la plaga y ayudar al vegetal. Sin químicos porque después se la comería, y sin daño estructural al futuro ornamento d'ensaladas (por cuestiones estéticas, bien se entiende). Fue en ese momento cuando vio correr cerca de la maceta a un gran depredador de inséctos, una araña negra y amenazadora del tamaño de la mitad de un chícharo. El humano, que en algún otro lugar de su casa hubiera conseguido inmediatamente con qué aplastar, liquidar, desaparecer sin rastro al minúsculo arácnido (por seguridad personal, claro está), en esta ocasión y ese lugar lo consideró su aliado contra los retemalditos piojos invasores de albahacas. 'Bien venida, araña', fueron sus palabras, luego sonrió y se alejó pensando en la suerte echada de los piojos y sus terribles muertes en las fauces de tan tremenda fiera.
La araña, cuando sintió perturbaciones en el aire con los pelillos de su tercer par de patas y algo que interpretó como 'mirada-de-humano', se congeló pensando que el gigantezco monstruo sólo veía aquello que causara vibraciones en el piso, así que permaneció quieta y tensa. Hubo vibraciones sónicas ensordecedoras decididamente dirigidas hacia ella durante las cuales el octópodo temió haber sido descubierto y estuvo a punto de echarse a correr despavorido. Luego el tremendo monstruo bípedo se alejó. Por desgracia para el humano, la araña consideró muy peligrosa la zona y aunque notó que había gran riqueza de piojos en una albahaca aledaña, prefirió seguir buscando fortuna por los demás edificios citadinos y se marchó.
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