El viernes 21 de noviembre me enfermé del estómago. Tal vez me enfermé desde el jueves, pero lo sentí hasta el viernes en que fui a dar el curso. Llegué pálido, semimoribundo a la pirámide de telecom de Bogotá. Richard, el empleado de Telcordia que me estuvo ayudando la primer semana salió hacia la farmacia por algo para ayudarme. Me tomé un alkaselzer e instantáneamente tuve que ir a vomitar. Conforme pasó el día fui mejorando, aunque nunca del todo.
Tenía planes de ir el sábado a conocer, de salir el domingo a dar la vuelta, pero mi estado de salud empeoró terriblemente y además del dolor de estómago me dio gripa, dolor de cabeza, cuerpo cortado, garganta inflamada, y toda una serie de achaques que me hicieron quedarme en cama. Sólo bajé a comer a uno de los restaurants del Hotel el sábado, y me acosté temprano. Al día siguiente sólo salí para comprar medicinas antigripales.
Sigo sumamente madreado, creo que la intoxicación debilitó mis defensas y por eso me puse tan mal. Otro problema es que haya estado solo en Colombia, lejos de todos mis familiares y amigos, por lo que la sensación de desamparo fue tremenda. Llegado un punto, después de cada tosida me dolía la garganta y la cabeza, los riñones y la espalda, y sentía débiles las piernas por lo que no podía caminar mucho, así que me puse a llorar y estuve a punto de cambiar mi vuelo y regresarme a México cuanto antes. Decidí no hacerlo porque soy buen esclavo. Pero si hubiera sido dueño de mi vida lo hubiera hecho. Esto hace indispensable que encuentre la manera de dejar de ser esclavo y volverme dueño de esclavos. Mientras no haya alternativas más humanas, como las que hubo en la segunda mitad del siglo XX, esa es la única perspectiva.
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