25 de diciembre de 2008

Viejas ideas políticas

Si hoy en día yo fuera presidente deste país, no propondría liberar más el mercado. De hecho establecería un cambio de rumbo bastante radical. Primero que nada, restablecería fondos para el Seguro Social y la UNAM, es más, duplicaría el gasto en educación y salud a nivel nacional, al tiempo que subiría los estándares de servicio e implementaría nuevas maneras de evaluación que tomaran en cuenta siempre a todos los involucrados.

Renegaría de la impagable deuda adquirida por mis corruptos antecesores, gastada en armas e instrumentos de tortura usados contra los mismísimos gobernados que no tuvieron la culpa de esos "préstamos" a gobiernos impuestos no democráticamente. Abriría las arcas para patrocinar proyectos de nuevas industrias, empresas y medios de comunicación estatales y privados de las más diversas índoles para suplir necesidades inmediatas de la población y generar empleos.

Inyectaría fondos a los programas de planificación familiar y educación sexual. Regularía la entrada de productos extranjeros que compitieran deslealmente con aquellos que dieran empleo en nuestro país, sin dejar de abrirle la puerta a otros productos que compitieran honorablemente y estimularan la mejora de nuestra industria.

Despenalizaría el uso de las drogas: quien quiera matarse que lo haga, quien quiera disfrutar de una percepción alterada algunas veces al año (al mes, a la semana) adelante, igual que con las sustancias que hoy son permitidas; de cualquier modo la mayor pena para los individuos es dejar de ser socialmente requeridos y posiblemente hasta repudiados.

Establecería unos impuestos justos, en los que quienes más ganaran tuvieran que contribuir más aunque sin dejar de ganar bastante, y las empresas extranjeras que quisieran hacer negocios en el país tendrían que pagar ligeramente más impuestos que las locales. Claro, vienen a invertir su dinero, a hacer negocios, pero eso no está peleado con que paguen una justa proporción y tengan la obligación de generar cierta proporción de empleos entre los locales para poder operar.

Creo que quien tenga madera de empresario incluso en esas condiciones emprendería y saldría adelante. Estaría genial que la diferencia de ingresos entre los más ricos y los más pobres no pudiera ser de más de 100 veces, de cualquier modo los ricos ya no tendrían tanta necesidad de protección porque no habría personas desamparadas y ociosas acechando, y los pobres tendrían acceso a todo lo básico además de algunos lujos.

Monopolizaría férreamente el brazo armado, nadie más que el estado debe vender seguridad. Al ejercito lo tendría practicando tácticas defensivas contra invasiones imperiales, tácticas de cuerpos de rescate para desgracias naturales, y además estarían como brigada permanente de reconstrucción de la infraestructura nacional deteriorada, y de reforestación.

Aquella empresa, entidad o persona que requiriera mayor protección que la provista de manera normal por el estado, podría contratarla en oficinas de la policía y del ejército por una módica cantidad no deducible de impuestos (los impuestos son para proveer bienes comunes, no particulares). Seguramente los mismos policías de hoy en día, si hubiera menos necesidad en las calles y más personas trabajando, serían más que suficientes para contener la criminalidad (a la que también habría que darle otro enfoque y otro tratamiento).

Claro, habría muchos incompetentes con un sueldo asegurado haciendo mediocremente su trabajo, pero al menos no estarían por las calles buscando a su próxima víctima. Pensar que las bandas de criminales se hacen por pura malicia es ignorar voluntariamente la otra cara de la moneda. De momento sería el precio a pagar por todos los años de irresponsabilidad estatal anteriores, mientras se promueve la capacitación y la mejora continua, y mientras esperamos en la mejor preparación de las siguientes generaciones.

Por supuesto, ya que estamos guajireando, impulsaría por todos los medios mi programa de consumo planificado. Mantendría a los mercados, aunque regulados para que beneficiaran a las iniciativas del consumo organizado. Todo mundo tendría su cuenta de consumo privado, y todos decidirían qué artículos comprar en grupo y cuales de manera individual. Lo que, llegado a una masa crítica de personas involucradas tendría consecuencias inauditas, como la creación de empresas pareconistas en el interior de las redes de consumo, que identificarían con facilidad las mayores necesidades que en esa actualidad fueran suplidas por el mercado y compitieran en condiciones ventajosas y de organización horizontal.

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