Siempre que he salido de viaje, ha habido el día de mi regreso algunos momentos de tensión que supongo deben ser de reajuste derivado del status quo al que entramos mi compañera y yo durante el tiempo de mi ausencia. A lo largo de mi última salida del país ninguno de los dos la pasó bien. Los dos sufrimos tensiones y estress inimaginables, una carga de trabajo brutal, enfermedad, enfrentamientos terribles con la dura realidad, asientos de clase turista durante horas y otras cosas abominables. No sabría decir quién de los dos la pasó peor.
Nada como volver al hogar a los cálidos brazos de la inspiración misma con reclamos estúpidos y mezquinos, tomados inmediatamente como casus belli que desembocan en terrible batalla campal con estiras y aflojas, shocks y amenazas de consecuencias irreparablemente dolorosas. Creo que los dos esperamos del otro un trato mejor del que nos damos en esos momentos. Nos ofende el que recibimos. Pero, ¿no nos amamos y nos consideramos mutuamente como a nadie más en este mundo?
Supongo que sí, aunque a veces no. Es muy doloroso para mí alejarme de la alegría cotidiana con mi musa, del conversar durante la madrugada y acariciarnos y mimarnos y reirnos y abrazarnos. No tener con quién comentar mis lecturas, mis retos laborales, mis ideas. No poder escuchar su narración de los sucesos del día, ni sus reflexiones, ni sus triunfos y proyectos. Eso me pone cínico y amargo, me desencanta. Así que he decidido que no habrá una próxima vez que parta solo hacia tierras lejanas, y si tuviera que volver a irme del lado de mi amada por cualquier circunstancia, al volver seré infinitamente paciente y amable.
(Me gustó lo que decía Sidharta, película que vi mientras andaba por Colombia: sé esperar, sé ayunar y sé pensar)
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