El segundo día del viaje a Españita, para visitar al Grupo Vicente Guerrero Agroecológico, madrugamos. Nos alzamos a las siete y media para medio lavarnos y desayunar nuevamente los manjares de esa tierra de ocho a nueve, después nos presentaron a nuestro anfitrión del día: Tacho (no me aprendí el apellido). Tacho nos llevó en su camioneta a visitar el bosquecillo en que está el manantial que abastece de agua al pueblo, nos explicó cómo se organizan, nos narró la historia por la cual habrían adquirido la fuente de agua junto con las 27 hectáreas colindantes, nos hizo subir la ladera de un cerro hasta donde podíamos ver los valles a lo lejos, y finalmente regresamos hacia el vehículo por otro camino que bordeaba con un terreno de cinco hectáreas con una deliciosa casita blanca enmedio, el cual, según Tacho está a la venta por cerca de 400 mil pesos.
Salimos del bosquecito como al medio día, y nos dirigimos a la antigua estación del tren. El municipio de Españita fue el único de Tlaxcala que cuando quebró la empresa estatal de ferrocarriles, no saqueó las vías, que siguen ahí tendidas, monumento de al menos dos periodos anteriores, uno en que se invirtió en un excelente sistema de transporte, y de otro en que se abandonó esa forma de mover bienes. Ahora bien, todos los municipios que permitieron que se robaran los rieles fueron demandados, y como en Españita no los tocaron, tienen la conciencia tranquila y no son acosados por la ley. Excepto que es pura vanidad, porque imagino que tal demanda tiene sin cuidado a los pueblos de los alrededores.
Tras admirar las ruinas grafiteadas de la ex-estación de trenes, regresamos a la casona de adobe y comimos rollitos de espinaca rellenos de queso, arroz blanco con mais y calabaza, y frijoles riquísimos. Luego conversamos un rato con Pánfilo, para reflexionar acerca de lo visto en esos dos días, nos despedimos y regresamos a la ciudad. En un momento dado del retorno sentí mis clásicos síntomas de intoxicación y tuve que dejar el volante y descansar, me preocupa, ya sea se debe a unos hábitos ocultos y me intoxico siempre con lo mismo, o bien no es intoxicación sino algo más, que ha manifestado sus síntomas repetidamente. ¿Moriré pronto?
La ciudad, gris. Las pantorrillas molidas. Pero el corazón contento.
5 de marzo de 2009
AgroEcoWarriors Caravan 2
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