Loana cumplió ocho meses el 29 de junio, y de regalo recibió tres piquetes en el seguro social, uno de polio en el muslito izquierdo, otro pentavalente en el dercho, y el tercero de la influenza AH1N1 en el bracito derecho, no nos la mentó porque todavía no sabe hablar ni tiene las nociones necesarias, pero le dolió, y lloró con un sentimiento, que se me hizo un nudo en la garganta. Pobrecita, no quiero volver a llevarla a vacunar en día de su cumple-mes, porque en realidad debíamos haberle comprado un pastel (que nos hubiéramos comido su mamá y yo, porque ella todavía no puede), teníamos que haberle hecho fiestas y dado caricias, pero no, la llevamos a vacunar (que aunque es desagradable, es de lo mejor para su salud). ¿Por qué ese día?, pues porque ya tenía dos meses de retraso (estas fueron las vacunas de los seis meses), y porque fue el día en que se abrió la oportunidad tanto para su mami como para mí.
Lo bueno es que Loana todavía no tiene una memoria tan desarrollada, así que es improbable que nos guarde rencor por haberla llevado a que le clavaran las tres jeringas. También fue bueno que la enfermera que la inyectó tuviera buena mano, así no le dejó moretones como otras brujas, en las ocasiones anteriores. Ahora ya sólo faltan las vacunas del año, y luego son cada vez más esporádicas, fiuf.
Creo que las vacunas son de los mejores medios para producir defensas, por ejemplo, sé que mi papá no se enferma debido a que cuando a él le tocó hacer el servicio militar (en Italia), cuenta la leyenda que le pusieron una vacuna múltiple poderosísima que lo dejó encamado y con fiebre una semana entera; después de la cual se levantó y anduvo (tarugo un rato, pero después se compuso), y nunca más se volivó a enfermar. Bueeeeno, se ha intoxicado del estómago, y se le descompuso la tiroides, y lo he visto catarriento un par de veces en mi vida, pero es menos enfermizo que el promedio (un promedio sacado a ojo de buen cubero, no cuento con estadísticas ni nada por el estilo, así que tómese con un grano de sal).
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