Llevamos ya cuatro días dándole a Loana una medicina que evidentemente sabe horrible y que sólo hemos logrado que se la tome por la fuerza. Esto es, la acostamos boca arriba, yo le agarro los bracitos a los lados de la cabeza, y mi musa le mete una especie de pipeta jeringa con tres mililitros de medicina a la boca, y se la va dando poco a poquito hasta que nota que ya se la terminó.
Normalmente uno pensaría que nuestra pequeña se enojaría con ella, perpetradora evidente del acto vandálico de darle la medicina, o que se enojaría con los dos por igual (porque igual peca el que mata a la vaca...), pero no, desde anoche empezó a actuar conmigo como si yo fuera el peor de los monstruos, me ve y llora, y si está ahí su mamá la abraza con no poca desesperación y angustia.
Así, cada vez que ha sucedido que se asusta conmigo me ha hecho sentir la injusticia hasta lo más hondo, pues mi trabajo cuando le damos su medicina es secundario, lo he hecho con cariño, sin lastimarla, con el deseo de que se acabe su suplicio lo antes posible, contando los días que llevamos y los que faltan para que terminemos, esperando en vano que la costumbre de la medicina con ese sabor suavice un poquito su reacción. Pero no, ahora yo soy el malo del cuento, y así será hasta que Loana me perdone, y lo hará hasta después de concluido su tratamiento, mientras tanto tal vez deba resignarme a que me odie...
26 de diciembre de 2010
Enojos (u odios) loaninos
Etiquetas: reflexiones - Publicó persona.vitrea a las 09:00
1 comentario:
No, esos resentimientos se guardan hasta la adolescencia. ¿Sí sabías, no?
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