Diana me invitó a una obra de teatro, a la que fue invitada a su vez por el buen Corso, en el Salvador Novo del Centro Nacional de las Artes. Se llama El espantapájaros. Llegamos 20 minutos tarde, por lo que no vimos ni el programa ni la introducción (si es que la hubo).
Cuando nos sentamos, había una mujer "vieja" sobre una caja con rueditas, preguntando con dramáticos gritos si hoy era mañana. Alrededor otras tres mujeres "desnudas" moviéndose lentamente de un lado a otro mientras arrastaban la cajita. Se entiende que la vieja cumple un ritual neurótico con una antigua carta, en la que el amante le prometía volver "mañana" aunque sin fechar su mensaje. De fondo había un enorme títere espantapájaros, sobre algunas cajas y maletas apiladas, frente a un fondo oscuro. Al poco rato se entiende que están en un pueblo, que no saben leer y son muy pobres. Igual que la vieja, las otras tres se van vistiendo y actuan su drama.
Pareciera que el abandono por parte del hombre es un tema (y una problemática) muy común y temido en el medio rural. La obra nos muestra cómo todas siguen queriendo al abandonador, siguen esperando su regreso, cumpliendo un ritual de esperanza y despecho, en el que empiezan ansiosas por la cita y terminan deseando la presencia del contrario aunque fuera para mentarle la madre. Me asombra porque la espera de esos personajes es un negarse a la realidad que en muchas personas he observado (incluyéndome), aunque con motivos e intensidades distintos, que ayuda momentáneamente a "seguir creyendo" mientras que obstaculiza que se busquen alternativas.
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