13 de junio de 2011

Matando al Buda (4 de 6)

La religión es también la única área de nuestro discurso en la cual la gente es sistemáticamente protegida de la demanda de proporcionar evidencias que sustenten sus fuertemente arraigadas creencias. Y sin embargo, esas creencias determinan frecuentemente aquello por lo que se vive, aquello por lo que se muere, y demsiadas veces aquello por lo que se mata. Esto es un problema, porque cuando lo que está en juego es mucho, los seres humanos tienen una elección muy simple entre la conversación y la violencia. Al nivel de las sociedades, la elección es entre la conversación y la guerra. No hay nada además de una disposición fundamental a ser razonable --someter a revisión las propias creencias sobre el mundo frente a nuevas evidencias y nuevos argumentos-- que pueda garantizar que sigamos hablando entre nosotros. Las certezas sin evidencia son necesariamente divisivas y deshumanizadoras.

Por lo tanto, uno de los mayores retos que enfrenta la civilización en el siglo veintiuno es que los seres humanos aprendan a hablar acerca de sus preocupaciones personales más profundas --sobre ética, sus experiencias espirituales, y la inevitabilidad del sufrimiento humano-- de modos que no sean flagrantemente irracionales. Nada se opone más a este proyecto que el respeto que le brindamos a la fe religiosa. Mientras que no existen garantías de que las personas racionales siempre se pongan de acuerdo, aquellas irracionales están seguras de estar divididas por sus dogmas.

Parece profundamente inprobable que remediemos las divisiones de nuestro mundo simplemente multiplicando las ocasiones de diálogo interreligioso. El final del juego para la civilización no puede ser la tolerancia mutua entre irracionalidades patentes. Todas las partes del discurso religioso ecuméncio han acordado pasar con ligereza sobre aquellos puntos donde sus visiones del mundo de otro modo chocarían, y sin embargo esos mismos puntos siguen siendo fuentes perpetuas de perplejidad e intolerancia para sus correligionarios. Ser políticamente correctos simplemente no ofrece una base duradera para la cooperación humana. Si las guerras religiosas algún día se vuelven impensables para nosotros, del mismo modo que la esclavitud y el canibalismo parecen serlo, será debido a que hayamos descartado los dogmas de fe.

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