Sin embargo, el marco de referencia de los propósitos no termina ahí. Sólo puede evaluar a las metas como significativas en términos de sus propósitos mayores. Así, el marco de los propósitos sigue preguntando: "¿Cuál es el propósito mayor de lograr esta meta?" El propósito de alcanzar esta meta será, a su vez, ayudar a alcanzar otra meta futura significativa. Esta segunda meta será significativa, en sí misma, sólo si sirve para lograr aún una tercera, y mayor, meta todavía más significativa y más lejana en el futuro. Etcétera. Podemos ver que el marco de los propósitos nos lleva a preocuparnos por una cadena de propósitos que se extienden ad infinitum.
Eventualmente esta cadena de propósitos futuros superará la expectativa de vida de los seres humanos que iniciaron la actividad. Sólo si viviéramos para siempre, pareciera que podríamos lograr algo inherentemente significativo. De otro modo, todo lo que hagamos parece ser sólo instrumental respecto de algo significativo en el futuro, nunca hoy. La fuente del sentido parece siempre algo que ocurrirá después de nuestra muerte. La muerte parece terminar con nuestra participación en esta cadena de propósitos. La muerte parece ser el final del sentido de la vida.
Nos metemos en esta trampa intelectual si seguimos pensando en el sentido como un propósito que es externo a la vida. La visión del propósito es un vestigio de la perspectiva teísta. Dios, de haber existido, hubiera sido el fin de la cadena de propósitos. Sin embargo, ya revisamos el marco conceptual de los propósitos y concluimos que para seguir adelante debíamos abandonarlo. Si nos limitamos a metas y proyectos que podemos alcanzar y lograr durante nuestras vidas, entonces nos escapamos de la trampa. Muchos de nuestros proyectos fructificarán en el presente y futuro inmediato. Otros quedarán inacabados cuando muramos, pero eso no le quitará a los que hayamos acabado el que de verdad importen.
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