La sociedad también necesita libertad. Cuando un programa tiene un dueño, los usuarios pierden la libertad de controlar una parte de sus propias vidas.
Y sobre todo la sociedad necesita incentivar el espíritu de cooperación voluntaria entre sus ciudadanos. Cuando los dueños del software nos dicen que ayudar a nuestros vecinos de una manera natural es «piratería», están contaminando el espíritu cívico de nuestra sociedad.
Por esto es por lo que decimos que el software libre es una cuestión de libertad, y no de precio.
El argumento económico para justificar la propiedad es erróneo, pero la cuestión económica es real. Algunas personas escriben software útil por el placer de escribirlo o por admiración y amor al arte; pero si queremos más software del que esas personas escriben, necesitamos conseguir fondos.
Desde los años 80, los desarrolladores de software libre han probado varios métodos para encontrar fondos, con algo de éxito. No hay necesidad de hacer rico a nadie; un ingreso promedio es incentivo suficiente para realizar muchos trabajos que son menos satisfactorios que programar.
Durante años, hasta que una beca lo hizo innecesario, yo me ganaba la vida realizando mejoras a la medida a software libre que yo mismo había escrito. Cada mejora se añadía a la siguiente versión estándar lanzada y así terminaba estando disponible para el público en general. Los clientes me pagaban para que trabajase en las mejoras que ellos querían, en vez de en las características que yo habría considerado la máxima prioridad.
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