Sin embargo, eso es lo que los líderes del «código abierto» decidieron hacer. Pensaron que al mantenerse callados sobre la ética y la libertad; y hablando solamente sobre los beneficios prácticos inmediatos de cierto software libre, podrían ser capaces de «vender» más eficazmente el software a ciertos usuarios, especialmente a las empresas.
Este enfoque se ha demostrado efectivo, en sus propios términos. La retórica del código abierto ha convencido a muchas empresas y particulares para usar, e incluso desarrollar, software libre, lo cual ha extendido nuestra comunidad, aunque solamente a un nivel superficial y práctico. La filosofía del código abierto, con sus valores puramente prácticos, impide la comprensión de ideas más profundas del software libre; trae a muchas personas a nuestra comunidad, pero no les enseña a defenderla. Eso es bueno, hasta cierto punto, pero no es suficiente para asegurar la libertad. Atraer usuarios al software libre los lleva solamente un poco por el camino que hay que recorrer para ser defensores de su propia libertad.
Tarde o temprano estos usuarios serán invitados a volver al software privativo por alguna ventaja práctica. Incontables compañías buscan ofrecer esa tentación, algunas ofreciendo incluso copias gratuitas. ¿Qué motivaría a los usuarios a declinarlas? Sólo si han aprendido a valorar la libertad que el software libre les da, a valorar la libertad en sí misma y como tal en lugar de la conveniencia técnica y práctica de algún software libre en particular. Para diseminar esta idea, tenemos que hablar acerca de la libertad. Cierta dosis de la aproximación «silenciosa» hacia las empresas puede ser útil para la comunidad, pero es peligroso si se vuelve tan común que el amor por la libertad llegara a verse como una excentricidad.
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