El asunto está así: mientras nuestra moral nos lleva a querer remunerar las labores de acuerdo al esfuerzo y al sacrificio y no al verdadero valor de los resultados laborales, en la otra cara de la moneda distributiva, queremos usar el verdadero valor del producto para decidir cuanto trabajo debe ser asignado a las distintas tareas. Por ejemplo, no queremos valorar más algo y por lo tanto poner más recursos en ello sólo porque se necesita más esfuerzo para producirlo. En lugar de eso, sólo queremos producir más de algo si el valor del producto para la gente de hecho lo justifica. Así que supongamos que pagamos el trabajo de acuerdo al esfuerzo y al sacrificio en una economía guiada por el mercado aunque algo distinta. El resultado será que los mercados operarán como sí el valor del producto trabajado fuera medido en gran parte por el esfuerzo y el sacrificio que fueron dedicados en su producción, pero esto a su vez reduce la atención al impacto del producto en quienes lo reciben. En otras palabras, mientras que no queremos pagarle al cirujano de acuerdo al valor social de la cirugía por razones morales que tienen que ver con lo que creemos que las personas deberían ganar, tampoco queremos decir que el valor de la cirugía debería ser determinado solamente por el esfuerzo y el sacrificio involucrados en ella. En cambio, el valor de la cirugía depende mucho de los beneficios que confiere. Un buen sistema de distribución tiene que remunerar de acuerdo con nuestros valores preferidos de esfuerzo y sacrificio, por supuesto, pero también debe distribuir según todos los verdaderos costos y beneficios sociales. Puesto que en un sistema de mercado los costos del trabajo forman una porción sustancial de los costos totales de producción de la mayoría de los bienes y servicios, si los sueldos se hacen justos por la fuerza, con los mercados esto distorsionaría la evaluación de los productos de dicho trabajo, causando que toda la estructura de precios y el sistema de precios de la economía se desvíe sustancialmente de reflejar los costos y beneficios verdaderos.
El sistema adaptado tendría entonces productos evaluados de acuerdo a lo que ha sido pagado a la fuerza laboral por sus esfuerzos y sacrificios pero no de acuerdo a la medida en que los productos son deseados por sus consumidores. Usando la terminología de los economistas: en un sistema de mercado con salarios guiados por el esfuerzo, los bienes hechos directa o indirectamente por trabajo cuyo sueldo por esfuerzo fuera más alto que su producto marginal de las utilidades se venderían a precios más altos que sus costos reales, mientras que los bienes hechos directa o indirectamente por trabajo cuyo sueldo por esfuerzo fuera menor que su producto marginal de las utilidades se venderían a precios más bajos que sus costos reales. Puesto que los precios en una economía de mercado ayudan a determinar no sólo lo que los trabajadores reciben de sueldo sino también cuantos de qué artículos son producidos, cualquier intento para hacer que los salarios fueran más equitativos mientras que se conservaran los intercambios de mercado debería causar un desperdicio de recursos productivos escasos.
Serán producidos más de algunos artículos y menos de otros de lo que dictarían las evaluaciones apropiadas de sus beneficios y costos sociales. En otras palabras, si las dejamos actuar con sus propios medios, las economías de mercado distribuirán las cargas y los beneficios de las labores sociales injustamente porque los trabajadores serán recompensados de acuerdo al valor mercantil de sus contribuciones en lugar de que sea de acuerdo a su esfuerzo y sacrificio personal. Pero si corrigiéramos este problema imponiendo sueldos que estén mejor relacionados con el esfuerzo y el sacrificio verdaderos, entonces la economía de mercado adaptada evaluará mal los productos y distribuirá erradamente los recursos productivos, incluso más que si fuera de otro modo.
Adicionalmente, ¿porqué no iban a traducir los económicamente aventajados dentro de una economía de mercado sus ventajas de recursos y tiempo libre en poder político desproporcionado con el cual defender las tarifas salariales del mercado en contra de sus críticos? ¿Porqué no iban a usar su desproporcionado poder político para obstruir intentos de corregir las desigualdades de los sueldos y salarios? Por supuesto, la respuesta que que los aventajados tomarán estos dos caminos, y de forma muy efectiva, como hemos visto a lo largo de la historia.
Es más, las personas tienden naturalmente a racionalizar su comportamiento de manera que puedan funcionar efectivamente y respetarse a sí mismos en el proceso. La lógica del mercado laboral es: aquel o aquella que contribuya más obtiene más. Cuando las personas participan en el mercado laboral, para poder seguir adelante deben defender sus derechos a un salario con base en sus resultados. La lógica de redistribuir los ingresos para alcanzar sueldos más equitativos, sin embargo, es contraria a recompensar el producto. Entonces la participación en los mercados (con y sin propiedad privada) no sólo no conduce a las personas a ver la lógica moral de la redistribución, sino que los inclina a favorecer el argumento de que cada quien reciba lo que puso, y por lo tanto la redistribución es injusta. La participación en los mercados empodera a quienes que se oponen a esquemas redistributivos, y bloquea intelectual y psicológicamente a aquellos que se benefician de ellos.
26 de enero de 2010
Parecon - Parte 1 (34 de 48)
Etiquetas: estrategia - Publicó persona.vitrea a las 09:00
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