Así fue entonces y así es ahora. La tecnología basada en la manipulación de información codificada digitalmente es ahora socialmente dominante en la mayoría de los aspectos de la cultura humana en las sociedades “desarrolladas” [2]. El cambio de la representación análoga por la digital (en video, audio, impresos, telecomunicaciones e incluso coreografías, manifestaciones religiosas y estímulos sexuales) convierte potencialmente a todas las formas simbólicas de actividad humana en software, es decir, en instrucciones modificables para describir y controlar el desempeño de las máquinas. Por una retro-formación semántica característica del pensamiento cientificista occidental, la división entre harware y software se observa ahora en el mundo natural o social, y se ha vuelto una nueva forma de expresar el conflicto entre ideas de determinismo y libre albedrío, naturaleza y crianza, o genes y cultura. Nuestro "hardware", cableado genéticamente, es nuestra naturaleza, y nos determina. Nuestra crianza es "software", establece nuestra programación cultural, la cual es nuestra libertad comparativa. Y demás comparaciones, para aquellos incautos ante las tonterías.[3] Así pues el "software se convierte en una metáfora viable para toda la actividad simbólica, aparentemente divorciada del contexto técnico del origen de la palabra, a pesar de la incomodidad despertada en los técnicamente competentes cuando el término es usado de ese modo, omitiendo el significado conceptual de su derivación [4].
2. En la generación actual, el concepto mismo de “desarrollo” social se está alejando de la posesión de industria pesada, basada en motores de combustión interna, hacia una “post-industria” basada en comunicaciones digitales, y las formas de actividad económica “basadas en conocimiento”.
3. De hecho, reflexionar un momento revelará que nuestros genes son firmware. La evolución hizo la transición de análogo a digital antes del inicio de los registros fósiles. Pero no nos hemos adueñado del poder de hacer modificaciones directas controladas, hasta anteayer. En el próximo siglo, también los genes se convertirán en software, y aunque no discuto más el asunto en este ensayo, las consecuencias políticas de la no libertad del software en tal contexto son incluso más preocupantes de lo que son respecto de los artefactos culturales.
4. Ver, e.g., J. M. Balkin, 1998. Cultural Software: a Theory of Ideology. New Haven: Yale University Press.
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