La música, por ejemplo, a lo largo de la historia humana era un bien no-material claramente perecedero, un proceso social, ocurriendo en un lugar y en un tiempo, consumida en donde era producida, por personas indistintamente diferenciadas como consumidores y como ejecutantes. Tras la adopción de la grabación, la música se convirtió en un bien material no-perecedero que podía ser trasladado grandes distacias y que estaba necesariamete separada de quienes la hacían. La música se convirtió, como un artículo de consumo, en una oportunidad para que sus nuevos "dueños" estimularan un mayor consumo, para crear deseos en la nueva clase de consumidores masivos, y para dirigir la demanda en una dirección beneficiosa a la propiedad. Así también con el medio totalmente nuevo de las imágenes en movimiento, que en algunas décadas reorientó la naturaleza de la cognición humana, capturando una fracción sustancial de la atención de cada día de los trabajadores para la recepción de mensajes que les ordenan un consumo aún mayor. Decenas de miles de estos mensajes comerciales pasaban frente a los ojos de todos los niños cada año, sometiendo a un nuevo tipo de servidumbre, precisamente a aquellos niños liberados de atender una máquina: estaban ahora voluntariamente enrolados en atender la maquinaria del consumo.
Por tanto las condiciones de la sociedad burguesa se hicieron menos estrechas, con mayores capacidades para asimilar la riqueza creada por ellos. Así se curó la epidemia recurrente y absurda de la sobreproducción. Ya no habría demasiada civilización, demasiados medios de subsistencia, demasiada industria, demasiado comercio.
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