A los propietarios de la cultura, les decimos: Ustedes están horrorizados por nuestras intenciones de acabar con la propiedad privada de las ideas. Pero en vuestra sociedad existente, la propiedad privada ya ha sido aniquilada por de nueve décimos de la población. Sus empleadores acaparan inmediatamente lo que ellos crean, reclamando el fruto intelectual a través de la ley de patentes, de copyright, de secretos comerciales y otras formas de "propiedad intelectual". El derecho natural en el espectro electromagnético, que les puede permitir a todas las personas que se comuniquen y que aprendan los unos de los otros, libremente, con una capacidad casi inagotable, por un costo nominal, les ha sido arrebatado por la burguesía, y les es devuelta como artículos de consumo –cultura teletransmitida y servicios de telecomunicaciones– por los que pagan muy caro. Su creatividad no tiene salida: su música, su arte, sus historias son asfixiadas por los accesorios de la cultura capitalista, amplificados con todo el poder del oligopolio de las teletransmisoras, ante las que se supone deben permanecer pasivos, consumiendo en vez de creando. En pocas palabras, la propiedad que ustedes detentan es el producto del robo: su existencia para unos pocos es meramente debida a su no-existencia para todos los demás. Nos reprochan, por tanto, nuestros intentos por eliminar una forma de propiedad, cuya existencia está condicionada necesariamente por la no-existencia de la misma para la inmensa mayoría de la sociedad.
Se ha argumentado que con la abolición de la propiedad privada en las ideas y en la cultura, todo trabajo creativo cesará por falta de "incentivos", y que nos sumiremos en una pereza universal.
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