8 de agosto de 2009

Parecon - Parte 1 (15 de 48)

Recompensar diferencias en el valor de las contribuciones personales como concede la norma dos es recompensar diferencias debidas a factores circunstanciales y personales más allá de cualquier control individual. Cuando jóvenes personas atestan la profesión en la que has trabajado por 20 años, tu producción de utilidad marginal declina a pesar de que puedas estar trabajando tan duro como siempre. Cuando tu empleador fracasa en reemplazar las máquinas que otros empleadores actualizan, tu productividad marginal sufre incluso a pesar de no haber un decremento en tus esfuerzos.

Supongamos que ponemos de lado o de algún modo tomamos en cuenta el hecho de que la productividad marginal de distintos tipos de trabajo depende del número de otras personas en cada catengoría laboral y de la cantidad y calidad de insumos no laborales disponibles así como del conocimiento tecnológico. La "lotería genética" constituye otra circunstancia en gran medida fuera del control individual que puede influenciar mucho en qué tan valiosa será la contribución personal de cada uno. Por más comida que ingiera y por más pesas que levante nada me dará una armadura de dos metros con 150 kilos de músculos para que pueda "ganar" el salario de un jugador profesional de football americano que es 50 veces mayor al salario que yo "gano" ahora. El notorio economista inglés Joan Robinson (1903-1983) señaló hace mucho que sin importar cuan "productiva" pueda ser una máquina o una fracción de tierra, eso no constituye un fundamento moral para pagarle nada a su dueño. Y sólo debemos extender este enfoque a las características humanas individuales para darnos cuenta que sin importar qué tan productivo pudiera ser un IQ de 170 o un físico de 150 kilos, eso no significa que el poseedor de dicho rasgo merezca más ingresos que alguien menos productivamente dotado que trabaja tan duro y se sacrifica de igual modo.

La suerte en circunstancias externas y en la lotería genética no son mejores bases para la remuneración que la suerte en la lotería de las herencias de propiedades --lo cual implica que desde la concepción de la equidad, la norma dos adolece de la misma falla que la norma uno. Si una persona tiene la buena fortun de tener genes que le dan una ventaja al producir cosas de mérito, o si es afortunada respecto a su campo de trabajo, no hay una razón para proveerle también, además de la susodicha buena suerte, con un ingreso exorbitante.

En defensa de la norma dos, sus abogados frecuentemente declaran que mientras que el talento podría no merecer moralmente recompensa, emplear los talentos requiere capacitación, y ahí es donde reside el sacrificio que amerita una recompensa. Los salarios de los doctores son compensaciones estimadas no de alguna capacidad innata que tiene el doctor, sino de la educación extra que soportan. Pero una educación más duradera no necesariamente conlleva un mayor sacrificio personal. Es importante no confundir el costo del entrenamiento de alguien --que consiste en su mayor parte del tiempo y energía de los maestros que imparten las clases y de recursos sociales escasos como libros, computadoras, bibliotecas, y salones de clases-- con el sacrificio personal del alumno. Si los maestros y las instalaciones educativas son pagadas con gasto público y no de manera privada --esto es, si tenemos un sistema de educación pública universal-- entonces el sacrificio personal que hace el estudiante consiste sólo de su incomodidad durante el tiempo pasado en la escuela.

Aún más, incluso el sufrimiento personal que uno soporta como estudiante debe ser comparado correctamente. Mientras que muchos programas educativos son menos disfrutables personalmente que el tiempo pasado en el ocio, la comparación relevante es con la incomodidad que otros experimentan mientras trabajan en empleos pagados en lugar de ir a la escuela. Si nuestro criterio para remuneración extra es soportar un mayor sacrificio personal que otros, entonces la lógica requiere que comparemos la incomodidad del estudiante de medicina con cualquier otro nivel de incomodidad que experimentan otros que trabajan mientras el estudiante está en la escuela.

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