Muerte y Eternidad
Distingamos, primero, entre la muerte y morir. El proceso de morir es por heridas, dolencias o enfermedades. El sufrimiento físico y la humillación están en cualquier padecimiento. Sin embargo no podríamos decir que una mala salud siempre destruye el sentido de la vida. Posiblemente llene tanto un intenso y prolongado sufrimiento algunas vidas como para que el sufrimiento supere todos los demás valores. Posiblemente esas vidas no valga la pena vivirlas. Pero tales vidas son la excepción. El sentido no es igual a la ausencia de sufrimiento. Es la muerte, no el morir, la que aparenta ser enemiga del sentido.
Distingamos también, entre la muerte y sus consecuencias. Cuando muramos, nuestros seres queridos se entristecerán, nuestros proyectos quedarán sin acabar, nuestros niños ya no tendrán nuestros cuidados. Estas no son perspectivas felices. Sin embargo, no destruyen el sentido de nuestras vidas. ¿No es el pesar de nuestros seres queridos una señal de que nuestras vidas fueron importantes y valieron la pena? Nuestros seres queridos estarán tristes porque nuestras vidas fueron significativas, no porque no tuvieran sentido. ¿Acaso nuestros proyectos sin terminar y planes sin cumplir destruirán el valor de los proyectos que sí terminamos y de los planes que sí cumplimos? ¿Acaso nuestras muertes hacen que los cuidados que ya les dimos a nuestros niños ya no valgan la pena? Es la muerte, no sus consecuencias, la que aparentemente es enemiga del sentido.
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