En el en el vestíbulo lleno de gente de un edificio de oficinas, somos llevados frente a nuestro no ser especiales, y frente a nuestra vulnerabilidad ante la muerte. Esto puede ser algo bueno. Estar concientes de nuestra mortalidad está bien. Olvidar nuestra mortalidad, no ponerle atención, hará de nuestras vidas algo no auténtico. No podemos ir por la vida pretendiendo que nunca moriremos.
Por otro lado, pensar obsesivamente en la muerte también puede mutilar una vida. Algunas personas, una vez que se dan cuenta de verdad de que morirán, no pueden parar de pensar en la muerte. La muerte es un límite a nuestras vidas, pero los límites nos son familiares. Igual que nadie vive una vida tan larga como quisiera, nadie es tan guapo o tan talentoso como quisiera. Ponerse melancólico, sin embargo, por las limitaciones a nuestra belleza o nuestros talentos está mal; debemos seguir con nuestras vidas y hacer lo mejor que podamos. (Edwards 1981:125) No negar la realidad de la muerte es importante, pero no dejar que la obsesión con la muerte interfiera con nuestras vidas es igual de importante. Debemos encontrar el justo medio entre la negación y la obsesión.
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