El resultado, en lo que concierne a la calidad del software, fue desastroso. El monopolio era una corporación rica y poderosa que empleaba un gran número de programadores, pero no podía de ningún modo permitirse el número de evaluadores, diseñadores, y desarrolladores necesarios para producir el software flexible, robusto y técnicamente innovador apropiado para el vasto arreglo de condiciones en que operaban computadoras personales cada vez más ubicuas. Su estrategia de marketing fundamental comportaba diseñar su producto para los usuarios menos sofisticados técnicamente, y usar "miedo, incertidumbre, y duda" (FUD, por sus siglas en inglés) para alejar a los usuarios sofisticados de competidores potenciales, cuya supervivencia a largo plazo frente al poder de Microsoft en el mercado siempre estaba en duda.
Sin la interacción constante entre los usuarios capaces de reparar y mejorar, y el fabricante del sistema operativo, el inevitable deterioro de calidad no pudo detenerse. Pero puesto que la revolución de las PCs expandió el número de usuarios exponencialmente, prácticamente cualquiera de los que entraron en contacto con los sistemas resultantes no tuvo nada con qué compararlos. Inconcientes de los estándares de estabilidad, confiabilidad, mantenibilidad y efectividad que habian sido establecidos previamente en el mundo de las supercomputadoras, no se podía esperar de los usuarios de las computadoras personales que entendieran qué tan mal, en términos relativos, el monopolio del software funcionaba. Al tiempo que el poder y la capacidad de las computadoras personales se expandía rápidamente, los defectos del software se volvieron menos obvios en medio del incremento general de productividad. Los usuarios ordinarios, más de la mitad de los cuales estaban asustados de una tecnología que no entendían prácticamente para nada, acogieron de hecho con buenos ojos los defectos del software. En una economía que experimentaba transformaciones misteriosas, con la desestabilización concurrente de millones de carreras, era tranquilizador, en un modo perverso, que ninguna computadora personal parecía capaz de funcionar por más de unas cuantas horas consecutivas sin descomponerse. Aun cuando era frustrante perder parte del trabajo empezado cada vez que una falla innecesaria ocurría, la falibilidad evidente de las computadoras era intrínsecamente reconfortante [16].
16. Este mismo patrón de ambivalencia, en el cual la mala programación conducente a la inestabilidad generalizada de la nueva tecnología es simultáneamente temible y reconfortante para los técnicamente incompetentes, puede verse también en el fenómeno principalmente norteamericano de la histeria del año 2000.
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