3 de diciembre de 2009

Parecon - Parte 1 (28 de 48)

Incluso si asumiéramos que los planificadores tendrán toda la información que necesiten; que el valor social de los bienes finales será determinado por un procedimiento de voto completamente democrático entre los consumidores; que los planificadores aborrecerán toda oportunidad de alterar el valor social que rija la planificación para favorecer sus propios intereses; que los planificadores calcularán atinadamente el plan óptimo; y que los trabajadores llevarán a cabo las instrucciones del plan al pie de la letra (una muy larga y del todo implausible lista de condiciones) --aún así, incluso en ese sumamente irreal mejor escenario, la planificación central de todos modos fallaría en producir auto-gestión por tres razones:

  1. Debido a que los planificadores centrales monopolizan toda la información cuantitativa generada en el proceso de planificación, los trabajadores y los consumidores carecerán de acceso a la información cuantitativa acerca de la relación entre los distintos recursos primarios y los bienes finales en la economía. Y puesto que se genera muy poca información cualitativa en la planificación centralizada sobre los aspectos humanos de los distintos procesos de trabajo y de consumo, los trabajadores y consumidores carecerán de información respecto de las situaciones de otros trabajadores y consumidores. Pero esto significa que los trabajadores y los consumidores en economías centralmente planificadas no tendrán la información requerida para involucrarse en la auto-gestión inteligente y responsable. ¿Cómo podrían las personas decidir sensatamente qué producir y qué consumir, sin saber como es que su elección afectará a otros, incluso si se les permitiera hacerlo?
  2. Respecto a la evaluación de los resultados, la planificación centralizada podría permitir a cada consumidor "votar" digamos 10,000 puntos, indicando sus preferencias relativas hacia distintos bienes y servicios finales. Pero incluso este procedimiento justo y democrático de votación del consumidor negaría la auto-gestión para los trabajadores. Una vez que los votos fuesen contados y usados para formular la función objetiva de los planificadores, incluso la mejor planificación central traduciría esas preferencias en planes de trabajo específicos para cada una y todas las unidades de producción.Pero esto quiere decir que cada consumidor/trabajador habría tenido exactamente la misma influencia en la toma de decisones (10,000 votos) que cualquier otro consumidor/trabajador sobre cada faceta respecto de qué producir y cómo producirlo en cada empresa. Incluso asumiendo que esta estructura pudiera alguna vez ser puesta en marcha para producir resultados utilizables y sensatos, y no podría, fallaría en proveer auto-gestión para los trabajadores porque no les daría influencia en las decisiones de producción de acuerdo a cuanto fueran afectados por ellas. Tu opinión acerca de qué producir y cómo producirlo debería contar más respecto a lo que pasa en tu propio lugar de trabajo que la opinión de alguien que es menos afectado por lo que sucede en donde trabajas --igual que su opinión debería contar más que la tuya respecto de su lugar de trabajo. Pero lo mejor que la planificación central puede concebiblemente hacer (una meta nunca alcanzada ni remotamente debido a la regresión hacia la división de clases) es darle a cada quien igual voz en todas las decisiones económicas por medio de determinaciones democráticas sobre la función objetiva del plan. La planificación centralizada es por lo tanto inapropiada para proveer influencia a los actores deacuerdo con los impactos diferenciales que tienen las diferentes decisiones sobre los distintos trabajadores y consumidores.
  3. Finalmente, tal y como hemos mencionado más extensamente en otros contextos, en cualquier economía los individuos orientan racionalmente sus preferencias hacia oportunidades que les serán relativamente abundantes y lejos de oportunidades que les serán relativamente escasas. Sabemos que orientarnos hacia querer aquello que no podemos tener o no podemos permitirnos produce poca satisfacción, mientras que orientarnos a querer lo que podemos tener y nos podemos permitir nos produce más. Por lo toanto nuestras preferencias no son fijas e influimos en ellas por medio de nuestras acciones y elecciones. Si surge una alteración en la futura oferta esperada de roles o bienes particulares de modo que algunos estén subvalorados y otros sobrevalorados, las personas orientarán sus desarrollos de modo acorde. Si puedo obtener el producto X a un precio por debajo del que debería venderse, y puedo obtener el producto Y sólo a un precio inflado por encima de aquel al que debería venderse, voy a sentir un incentivo real para cambiar mis preferencias de Y a X y beneficiarme de esta apreciación errada. En promedio, de una población completa, el resultado será que los gustos se desplazarán. En el caso de la planificación centralizada, la tendencia contraria a proveer oportunidades de trabajo auto-gestivas evita que las personas desarrollen (sistemáticamente) deseos y capacidades para la auto-gestión, y en cambio promueve firmemente una mayor apatía entre la fuerza laboral. Es decir, la apatía de los trabajadores frecuentemente notada por aquellos que estudiaron las economías centralmente planificadas de la Unión Soviética y Europa del Este no era genética, por supuesto, sino un resultado lógico de la tendencia en contra las oportunidades de trabajo auto-gestivo en esas sociedades, al mismo tiempo que resultaba de la enajenación política. Pero esta apatía se desarrollaría incluso en el mejor caso de planificación central, y en mayor medida en versiones de la vida real. ¿Porqué tendria un trabajador en una economía centralmente planificada que desarrollar un vivo interés por lo que producirá o por cómo lo producirá, o porqué desarrollar un fuerte deseo de influir sobre esas decisiones? Es mejor no darle importancia. (El paralelo con el desinterés para participar en la democracia política por parte de aquellos sin medios para inflir en los programas políticos es obvio).

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