21 de diciembre de 2009

Parecon - Parte 1 (30 de 48)

Si las anterioreso proposiciones son verdaderas, entonces los mercados claramente no pueden proveer una distribución justificada moralmente de los ingresos y por lo tanto fracasarán en respaldadr los valores a los que llegamos en el capítulo pasado. Pero ¿son dichas proposiciones verdaderas --y más aún, son verdaderas no meramente en circunstancias históricas dadas para arreglos de mercado pre-existentes y posiblemente contingentes, sino verdaderas intrínseca e inevitablemente para todas las economías de mercado debido a la naturaleza misma de los intercambios mercantiles?

La primera parte de la proposición uno es que las personas tienen diferentes habilidades para beneficiar a los otros. Esto es evidente. Mozart obviamente tuvo mayor habilidad para complacer a los amantes de la música que su "rival" Salieri. Michael Jordan tuvo mayor habilidad para complacer a los aficionados al basketball que otros jugadores de la NBA. Un neurocirujano habilidoso tiene mayor habilidad para beneficiar a sus pacientes que las que tiene un basurero para beneficiar a sus "clientes" (excepto cuando Nueva York está en el día veinte de una huelga general de trabajadores de limpieza). En resumen, las personas nacen con "talentos" desiguales para beneficiar a otros, y las diferencias en educación y entrenamiento o incluso sólo en su localización geográfica pueden inculcar en las personas habilidades diferentes para beneficiar a los otros aun cuando no tengan diferencias genéticas significativas.

Deberíamos notar, sin embargo, que aun cuando la proposición uno sea evidente, hay no obstante personas que la rechazan, al menos emocionalmente. Presumiblemente sienten que una vez que uno admite tales diferencias se empieza a resbalar inexorablemente hacia la justificción de la desigualdad económica. Y su oposición a la desigualdad económica es tan grande que los hace negar que existan diferencias genéticas y educativas en una maniobra profiláctica para prevenir lo que ellos consideran una desigualdad inevitablemente relacionada "antes de comprobarla en los hechos". Ellos piensan que aseverar que las personas tienen talentos y habilidades diferentes es "elitista".

Sin embargo, surgen dos problemas con esta actitud: (1) Negar la existencia de habilidades diferentes está obviamente fuera de contacto con la realidad. Imaginemos una sociedad que rechazara darle lentes a las personas con visión disminuida o que les diera menores ingresos por ver menos. Algunos podrían responder a esta obvia injusticia negando que los atributos genéticamente determinados fueran diferentes. Pero esto sería tonto. Desearlo no lo hace así, y de cualquier modo, no existen razones por las cuales las desigualdades sociales o económicas sean una consecuencia necesaria de la desigualdad en el alcance visual de las personas. Lo que debe ser desafiado no es el hecho de que la gente difiera en el alcance de su vista, sino la práctica social que recompensa de manera diferente a las personas basada en su vista.

Pero (2), imaginemos que no hubiera diferencias en talentos, habilidades, etc. --qué mundo tan aburrido sería si todas y cada una de las personas tuvieran los mismos talentos, si nadie fuera excepcional en ningún modo, y cada uno fuera capaz de desarrollar capacidades solamente como aquellas que todos los demás ya hubieran desarrollado. Algunas veces las aspiraciones de igualdad conducen a los defensores de la justicia por senderos intelectuales extraños. En cualquier caso, fuera de personas bien intencionadas que se preocupan por sus implicaciones y que de todas formas serán liberadas de estos sentimientos por el resto de nuestra argumentación, la primera parte de la proposición uno no es controvertida, así que continuemos.

La segunda parte de la proposición uno es que cuando se opera en el contexto del mercado, las personas tendrán habilidades diferentes para asegurarse una parte favorable de los beneficios generados por los intercambios. Esto es igualmente evidente, pero menos frecuentemente notado.

Las habilidades diferentes para asegurarse una parte mayor de los beneficios generados por los intercambios competitivos pueden ser resultado, por ejemplo, de diferencias en las habilidades de las personas para resistir ante el fracaso mientras se alcanzan los acuerdos. Una madre soltera con un hijo enfermo y ningún otro medio de obtener seguro médico está en desventaja negociando con el empleador de un gran corporativo si la comparamos con alguien que tenga muchas opciones y pueda esperarse hasta recibir mejores condiciones, incluso si los dos tienen habilidades idénticas. Un campesino sin ahorros está en desventaja negociando un préstamo para semillas y alimentos con algún prestamista rural si lo comparamos con un corporativo con capacidad para sobrellevar las demoras.

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