Lo que surge es que el tener una norma sensata de toma de decisiones requiere que los actores tengan un rango de influencia en las mismas, desde muy poca hasta abrumadora, dependiendo de qué tanto las decisiones a su vez los afecten a ellos. Pero ¿cómo determinamos donde dentro de este amplio rango debería caer el poder de uno para cualquier decisión particular?
Supongamos que tienes un escritorio en tu lugar de trabajo. Estás decidiendo si poner una foto de tu hijo en ese escritorio. ¿Cuanta influencia deberías tener? O supongamos que en lugar de una foto de tu niño, quieres poner un aparato de sonido y ponerlo a tocar a todo volumen en proximidad de tus compañeros de trabajo. ¿Qué tanta influencia deberías tener sobre eso?
Probablemente no haya nadie que no responda que respecto a la foto uno debería tener absolutamente toda la influencia, pero que respecto al aparato de sonido uno debería tener influencia limitada, dependiendo de quienes más escucharan la música y fueran por lo tanto afectados por dicha elección. Y supongamos entonces que preguntamos ¿qué tanta influencia deberían tener las otras personas? La respuesta, obviamente, depende del grado en que la decisión les afecte.
La norma que favorecemos es por lo tanto que hasta donde podamos lograrlo cada actor en la economía debería influir los resultados económicos proporcionalmente a cómo esos resultados lo o la afecten. Nuestra influencia en las decisiones debería reflejar el grado en que estas nos afectan. Esa es la única norma que trata a todos los actores con igual respeto y que acuerda a todos los actores las mismas pretensiones de poder sin reducir la toma de decisiones a un proceso mecánico separado de la lógica de sus implicaciones. Si una norma alternativa es diferente, entonces debe estar diciendo que algunas personas deberían tener algunas veces desproporcionadamente más influencia y otras personas deberían tener algunas veces desproporcionadamente menos voz en decisiones que los afectan. ¿Que justificación moral puede haber para considerar a los distintos seres humanos con tal disparidad?
Pero ¿existe algún argumento práctico plausible en contra de nuestra norma? Claro que existe. Tomemos a un niño muy pequeño. ¿Pensamos acaso que ese niño debería tener una influencia aplastante en decisiones que lo afecten abrumadoramente? ¿O decimos que debido a la incapacidad del niño para entender y elaborar juicios, un pariente debe tomar las decisiones por él? Todos por lo tanto reconocemos fácilmente que una razón para invalidar la norma de que cada actor debiera influenciar las decisiones en proporción a cómo los resultados de dichas decisiones seguramente la o lo afecten es que alguien pudiera ser incapaz de hacer esto en su propio interés y a la luz de sus propias necesidades y con un entendimiento efectivo de las dinámicas involucradas. Respecto a si esta admonición paternalista tiene alguna relevancia en las evaluaciones económicas, quisiéramos esperar a casos específicos en próximos capítulos. El asunto aquí es que si logramos describir instituciones que le permitan a las personas tener voz en la toma de decisiones proporcionalmente a cuanto son afectadas mientras se mantiene la calidad de las funciones económicas, entonces habremos alcanzado un resultado deseable según la visión de todos.
13 de septiembre de 2009
Parecon - Parte 1 (19 de 48)
Etiquetas: estrategia - Publicó persona.vitrea a las 09:00
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